Sin lugar a dudas, y aunque no lo especifique la Biblia, Cristo derramó hasta la última gota de su preciosa sangre tras su martirio; para así, abrirnos camino hacia su Reino y su Justicia que instaurarlo aquí en la Tierra.
Aunque lo demos por asentado, El no sólo nos otorgó el perdón de nuestros pecados, la salvación  y la vida eterna, sino que nos entregó un Reino establecido aquí en la Tierra, instaurado desde la Raquia de Dios (que es el lugar donde se fundamenta el Trono de Yahvé Elohim ,en el Tercer Cielo); y esto desde antes de la fundación del mundo y todo lo material que conocemos.

Lo anterior comentado, es para que  afirmemos ese glorioso Reino, desde el momento en que hayamos sido llenos con el "Poder" del Espíritu Santo.
Todo ese Plan perfecto se truncó cuando el hombre cayó en pecado de desobediencia -gobernado por el espíritu del error- (lo cual trajo consigo otros males) y salio de la cobertura de Edén. ¡Lo cual ya ha sido recuperado por la acción redentora de nuestro Señor JesúsCristo!

 

Sorprendentemente, Él llegó a ese lugar -llamado el gólgota- sin una gran cantidad de su sangre en su cuerpo, para demostrar al enemigo, que la habría de verter toda; para darle peso a la Profecía  -que derramaría hasta esa última gota de su cuerpo-  y regalarnos esa salvación y ese perdón de nuestros pecados que nunca hubieramos podido alcanzarla por nuestro esfuerzo.

 

Por tal motivo, debemos estar confiados que en Él, ya no somos ajenos ni advenedizos (lo cual es no tener pertenencia) a la Gloria y la Bendición del Padre hacia con su Iglesia.  
Ahora nuestro deber (como creyentes en Cristo) es el de convertirnos verdaderamente en discípulos competentes suyos para establecer Su Reino y Su Justicia aquí en la Tierra. Debemos llegar a convertirnos en sus Apóstoles y Profetas  ante el mundo; para poder impartir de las bondades de su Reino y su Justicia a todas las naciones del mundo entero.

¡Damos un gran AMÉN a eso!